“Los genios no tenemos derecho a morir, porque el mundo y la sociedad nos necesitan para seguir evolucionando.”
A la vez, imploraba entre lágrimas, en el hospital:
"¡Quiero vivir, quiero vivir!”
Como Picasso, no pudo soportar la idea de la muerte.
“Lo que me gustaría es la inmortalidad de verdad, no morirme, porque la idea de la muerte es lo único que me angustia. Prefiero hacer cuadros malos y vivir más tiempo”.
A partir de la década de los cincuenta, Dalí vive una etapa aparentemente religiosa, pero que sospechosamente coincide con su vuelta a España. Hace entonces un Manifiesto místico (1951), y su interés por Santa Teresa y San Juan de la Cruz dan origen a su conocido Cristo (1951). Es en realidad un retorno al orden, un regreso a los pintores del pasado que tanto admiraba, como Velázquez o Vermeer. Pinturas religiosas como La última cena (1955) o Hábeas hypercubus (1954) pueden dar la impresión de una fe auténtica, pero en realidad no es más que un mero señuelo para volver a aparecer en los medios, como demuestra el hecho de que en ese mismo período haga obras tan provocadoras como su Joven virgen autosodomizada (1954).
Los últimos cuatro años de su vida los pasa encerrado en una habitación, con la mirada puesta en los muros de su gran obra, el Teatro-Museo que inauguró en 1972. Allí ve “una pared erosionada por el cielo que siempre había buscado a través de la confusa carne de mi vida”. Pero este es “un cielo que sólo se encuentra en el corazón de los hombres que tienen fe”. Así que “por eso me temo que yo moriré sin Cielo”.
“Creo en Dios”, dice Dalí, “pero no tengo la fe”. Ya que “por las matemáticas y las ciencias particulares sé que es indiscutible que Dios tiene que existir, pero no me lo creo”. Esa misma paradoja, es a la que según Pablo en Romanos 1, todo hombre se enfrenta. Ya que en el fondo de nuestro corazón, sabemos que Dios existe, así que no tenemos excusa (v. 20). Pero no le adoramos, sino que nos envanecemos en nuestros razonamientos, por lo que nuestro necio corazón ahora se ha entenebrecido (v. 21) .Dalí dio su corazón a una criatura, en vez de al Creador.
El gran ocaso del Dalí humano comienza al fallecer su musa y pareja Gala en 1982, con la gran diferencia (respeto a Cristo) de que “su amor no puede salvarle de la muerte".
Artículo, De Segovia.
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