El principito se fue a ver nuevamente las rosas.
- No sois en absoluto parecidas a mi rosa; no sois nada aún - les dijo -. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. (...)
-Sois bellas, pero estáis vacías - continuó -. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa que he regado. Puesto que es ella la rosa que puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvo las dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a la que escuché quejarse, o alabarse, o aún, algunas veces, callarse. Porque ella es mi rosa.
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry
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