
Que varios santuarios se jactaran de poseer una muela de santa Oria (en España se contaron más de trescientas, algunas de ellas de asno) o de un frasco de leche de la Virgen no planteaba rivalidades, puesto que santa Oria debió de estar dotada de treinta y seis piezas dentarias y la Virgen pudo distribuir en varias redomas el preciado líquido ordeñado de su seño, pero que varios santuarios se disputaran la posesión del único cáliz de la Santa Cena daba pábulo a muy fundadas sospechas, ponía en entredicho la legitimidad de todos ellos y los desautorizaba por igual.
Los asesores de imagen de estos presuntos griales lo entendieron así y cada cual por su lado se aplicó a fabricar la historia que demostrase la autenticidad del suyo. De este modo dieron a la estampa tratados abrumadoramente eruditos para disipar las posibles dudas del crédulo devoto.
Los templarios y otros enigmas medievales, Juan Eslava Galán
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