- Para qué sirven las espinas? El principito jamás renunciaba a una pregunta, después de hacerla. Pero yo estaba irritado con el tornillo y contesté cualquier cosa:
- Las espinas no sirven para nada. Son pura maldad de las flores..
-¡Oh!
Pero después de un silencio, me dijo con una especie de rencor:
- No lo creo! Las flores son débiles. Ingenuas. Se defienden como pueden. Ellas se creen terribles con sus espinas...
No contesté. En aquél instante pensaba: "Si este tornillo aún resiste, voy a hacerlo saltar a martillazos". El principito me molestó otra vez con las reflexiones:
- Y tú piensas que las flores...
- ¡Yo no pienso nada! Yo he contestado cualquier cosa. ¡Yo sólo me ocupo de cosas serias!
Él me miró estupefacto:
- ¡Cosas serias!
Me miraba, martillo en puño, dedos sucios de grasa, curvado sobre un feo objeto.
- ¡Tú hablas como las personas mayores!
Sentí algo de vergüenza. Pero él prosiguió, implacable:
- Tú confundes todas las cosas... ¡Mezclas todo!
Realmente estaba muy irritado. Sacudía sus cabellos de oro:
-Yo conozco un planeta donde hay un tipo rojo, casi morado. Nunca ha olido una flor. Nunca ha mirado una estrella. Nunca ha amado a nadie. Nunca ha hecho otra cosa sino sumas. Y todo el día repite como tú: "¡Yo soy un hombre serio! ¡Yo soy un hombre serio!" y eso lo hace llenarse de orgullo. Pero él no es un hombre; ¡es una seta!
- ¿Una qué?
- ¡Una seta!
El Principito, Antoine de Saint-Exupéry
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